22 dic 2023

The Lighthouse: La mente no es un faro

 



La ira es una corta locura
                              Horacio


El aislamiento, ya sea impuesto o por propia decisión, tanto en la literatura como en el cine, no sólo se termina alimentado de las obsesiones sino de las necesidades de quienes o quien se ha sometido a dicha situación, igualmente porque el aislamiento siempre está acompañado de ciertos rasgos de locura, y de los recovecos más oscuros de la mente, en cierto modo Robert Eggers, el cada vez más afamado director estadounidense nos presenta no sólo su visión sobre el aislamiento de dos hombres que cuidan un faro,  sino hasta donde las pulsiones y las personalidades en choque, crean otras realidades; además, porque en este caso, desmitifica la frase, que nuestra mente es un faro.

Para Eggers, la relación entre misticismo, folclor y el lado más oscuro de la mente, está presente en su corta filmografía, cabe recordar su ópera prima La Bruja (2015) y en algunos pasajes de The Northman (2022), pero con The Lighthouse sintetiza estas características en los papeles de Williem Dafoe y Robert Pattison, dos fareros que durante cuatro semanas estarán aislados en una remota isla de Nueva Inglaterra; hombres místicos, cercanos al folclor local y de los marineros, que desde el principio, estarán confrontados en un tour de force no sólo de sus personalidades sino de sus creencias y moral.


Influenciado por la pintura como de la literatura romántica estadounidense de mediados del siglo 19, el director estadounidense, nos adentra en la psique de dos hombres, o mejor de dos personalidades enfrentadas, que así como las monedas hacen parte de una misma entidad; Eggers junto a su hermano Max, escriben un guión, que en un principio tenían ecos a la literatura de Edgar Allan Poe que se trasnsmuta  en un estudio psicológico sobre la identidad - o la falta de ésta-, el aislamiento, ciertos tintes homoeróticos y la locura, como un acto tan humano como sobrenatural: el faro, casi como un arcano de los dioses, es decir, como el fuego robado, la manzana del pecado o en este caso, la propia lucidez de los protagonistas.


 
La mente y su retrato 

La dupla Jarin Blaschke y Eggers, ha logrado traducir no sólo visualmente esos mundos que bordean el terror psicológico sino el misticismo de unas realidades afectadas por la mente de los protagonistas, sin quitarle el mérito de Blaschke tanto técnica como conceptualmente, de llevar lo pictórico  a las imágenes en movimiento, porque este director de fotografía, mano derecha de Eggers, además de encontrar en todos los artilugios técnicos ese ambiente asfixiante logra imprimerle a su fotografía ese tono pictórico que además de reflajar la locura o decandencia psicológica del personaje, también entra en la dualidad que quiere evocar el director.

Para la fotografía de este trabajo Blaschke usó una cámara de 35 mm, lentes vintage y una película de alto contraste que más que emular una época, refleja el estado mental de los protagonistas. Cabe resaltar que además de los componentes técnicos ya señalados, lo que logra este director de fotografía se revela en la inspìración pictórica del alemán Sasha Schneyder, del artista belga Jean Delville y Arnold Boklin, muy cercanos al románticismo y el simbolismo de finales del siglo 19.

La fotografía de The Lighthouse está complementada por el gran trabajo musical de Mark Korven, quien entre sonidos tenebrosos, cuerdas, y ruidos marinos, nos adentra aún más en esa atmosfera inquietante.



El aislamiento, el mejor maestro de actuación

Pero todo lo anterior no sería tan eficiente sin las grandes actuaciones de Willem Dafoe y Robert Pattison, quienes llevan el aislamiento a grandes niveles de performance y locura, cada uno, a su manera, reflejan el quiebre psicológico, en el que la soledad, el alcohol y su misma naturaleza, afectan. Pattison más contenido, y por lo consiguiente el lado más oscuro, y Defoe con una expresividad llevada la máximo, son caras de una misma moneda, la de una identidad perdida, propia de diversas mitologías, y otra que Eggers ha ido creando con su filmografía, porque es innegable que el cineasta estadounidense, tiene referencias en sus otras obras, y que las conexiones seguirán presentes de una forma o de otra.

Zoom in:  Nominada y ganadora en varios festivales, principalmente por su fotografía, dirección y guión.

Montaje Paralelo:  Aislamiento -marineros - Terror psicológico.


24 nov 2023

Inauguración: Exposición: Colombia Extrema, el país visto por el punk y el metal






 

En el Museo de la Indepencia Casa del Florero, se inauguró la exposición temporal Colombia Extrema, el país visto por el punk y el metal, donde estos géneros musicales, no sólo se escuchan como ecos de una compleja realidad, que además ha sido acompañada de una gráfica particular, no sólo acorde a sus sonidos sino a una actitud, entre lo contestario y lo disruptivo.


Museo Casa de la Indepencia: Cra 7#11-28


19 nov 2023

Bicinema: La bici de Ghislain Lambert



Montar en bicicleta. Montar en bicicleta. Montar en bicicleta.
                                                                            Fausto Coppi

Para quienes montamos bicicleta, ya sea de forma recreativa o deportiva, este medio de transporte, es uno de lo más efectivos y libres para el desplazamiento, es un gran ejercicio y una grata experiencia, tanto individual como colectiva; pero el ciclismo como una práctica competitiva, puede estar más cerca del calvario y la frustración que cualquier otro deporte, eso es lo que recoge el director belga Phillipe Harel, quien nos acerca a Ghislain Lambert, un ciclista promedio en plena época de Eddie Merckx, que quería ser el mejor, con más corazón que piernas. Con guión de Harel, el actor principal Benoit Poelvoorde y Oliver Dazat, quienes entre el drama y la comedia, revelan no sólo la dureza de este deporte sino su lado B, esa cara oscura y menos glamorosa, la del dopaje, los fracasos y la mala publicidad; ambientada en los años 70, de un imbatible Eddie Merckx, y uno de esos momentos icónicos del ciclismo, por su competitividad y calidad.

Ghislain (Poelvoorde) fue uno de esos tantos ciclistas europeos que además de ser profesionales, querían ser los mejores, en un mundo donde ya existía el mejor y más completo ciclista: Eddie Merckx,  este icono y a la vez fetiche para Ghislian, alentará a su personalidad, entre inocente y exagerada, a darlo todo por el ciclismo, desde su mayor esfuerzo hasta el dopaje y cierta corupción, que no era ajena a dicho deporte en ese momento; sus compañeros, hermano y esposa, serán sus mayores admiradores y enemigos a la hora de entenderlo y apoyarlo, donde el director acomodará el lado más humorístico de la obra, porque Poelvoorde, con sus característicos rasgos, es el mejor receptor de lo amargo y dulce del ciclismo y de quienes lo rodean.



En el podio técnico y su farolillo rojo

La película de Harel es correcta en su fotografía y montaje, porque donde tiene mayor esfuerzo es en su ambientación de los años 70, y evidentemente en todo lo relacionado al ciclismo, tanto las bicicletas como la ropa, nos imbuyen en la época, y le dan sentido a ese concepto de competitividad y esfuerzo de tal deporte.

Aunque la obra se centra en el protagonista, la presencia de Merckx y la "pureza" de este deporte, es todo lo contrario a Ghislain, quien lo va revelando en su personalidad, aspecto y porque no, hasta en su atuendo, lo que también nos deja ver todo lo que significaban los uniformes, y demás elementos, no sólo en lo evidente y sus marcas patrocinadoras, sino lo que reflejaban en la capacidad y hasta personalidad de los ciclistas.

También cabe destacar la actuación del reconocido actor belga Benoit Poelvoorde, aunque su aspecto y edad, no fueran los más certeros como representación de un ciclista, sus expresiones, son el mejor mapa de sus triunfos y desgacia.


Zoom in: Ganadora a mejor guión en San Sebastián (2001)

Montaje Paralelo: Ciclismo - Vive Le tour (1962)





9 nov 2023

El “adiós” nunca es salvaje, una reflexión sobre Adieu Sauvage*



Si la identidad es una convención, y podemos entender a  la convención como un acuerdo entre personas, ¿qué puede buscar un hombre que ha perdido su identidad?, o mejor, un pueblo que vive de convenciones con una identidad absorbida por la sociedad; es posible que esa respuesta no sólo no se encuentre, sino que no quiere ser respondida, pero que siempre será buscada como toda indagación del mundo, algo que el cine documental  intenta desarrollar en su forma y estilo; el documental casi siempre será  un viaje con una pregunta que no siempre tiene respuesta, como sucede con  la ópera prima de Sergio Guataquira, un viaje, una road movie de la identidad, de su identidad - como gran parte del cine latinoamericano- que no busca heroísmo sino un trasegar, temático y exploratorio del director que retrata con humor y con nostalgia, eso que llamamos colonialismo o exotismo, en el que además nos cuenta su historia, o las historias, aludiendo un poco a Todorov, en el que el acto de narrar ese insumo tan vaporoso como tangible, vamos a encontrar sus convenciones, es decir acuerdos, no sólo de palabras, también de silencios, como aquellos en los que los rostros se hacen paisaje, paisaje de nostalgias, paisajes de silencios, como la conversación que tienen es la zona más alta de ese sitio, conversación en la que la naturaleza no sólo es el fondo, sino el reflejo de sus sentimientos, donde la soledad, la nostalgia y la tristeza son mantras.





El documental que inicia con una nubes y el relato en pasado de un linaje olvidado, es también la búsqueda de una identidad, de esos que no tienen ciertas palabras, ciertos privilegios, ciertas voces, pero que siempre responden con la verdad de sus misterios; el documental de Sergio Guataquira, uno de los últimos chibchas, como dice él, entre lo anécdótico y la negación de una herencia no del todo querida, viaja desde  Bélgica, en una exploración, que pone en debate el peor y a la vez más poético ejercicio de dominación, y es hasta la forma de amar, porque como dice el director antes de entrar a la selva: - “mañana conoceré a un pueblo que se está muriendo de amor ….mientras que en su idioma no saben decir “te amo”.-, lo cuál hará que el director profundice como un observador entre anónimo y conejillo de indias de su propio desconocimiento, en la cultura Cácua, una que como tantas otras comunidades indígenas, han tenido en el suicidio de sus jóvenes no sólo un acto de rebeldía, desamor o colonización, sino de un ritualismo, que a la final, como otros viajes no tienen respuesta o mejor, se hacen ausentes. 





La voz de Guataquira, no sólo como narrador sino como protagonista, también sufre un viaje, una transformación, iniciando con una búsqueda y finalizando con el alivio de un propósito de retornar con una amistad ganada, pero también cabe señalar, como esa voz dominante de una nueva lengua materna, -el director está nacionalizado belga-, absorbe a la original, un español claro, pero disminuido por diversos factores, como una especie de autocolonización, de la que se va desprendiendo en la selva; Guataquira indaga en algunos puntos sobre la nostalgia, la tristeza y ese dolor escondido que parece tomarse la pantalla en ese logrado blanco y negro fotográfico, tan impostado y antinatural en el documental, pero acorde a la expresividad del director y a ese tono de desazón que embarga a la comunidad, que no sólo busca una respuesta al suicidio de los jóvenes indígenas sino a sus propias ideas, que como el río, se divide; una separación no sólo de las comunidades, de las costumbres  sino de su fluir, uno en constante movimiento, el  de los pensamientos.  


*Este texto hizo parte del taller de Escritura Creativa de la MIDBO