Si algo tiene de complejo el cine colombiano, es su clasificacíón, no sólo por su interrupción histórica a nivel de análisis y crítica, sino porque éste hasta hace unos pocos años ha tenido una catalogación determinada por forma y estilo, en el que la violencia como las drogas, supuestamente, han sido puntos centrales de su narración, y sí se quiere de su estética; aún así, como propone Correa (2009, pág. 1) el cine colombiano es un objeto de estudio elusivo, la etiqueta misma es problemática y parece esquivar continuamente la mirada del analista (1), es decir un cine sin unidad aparente, tanto en temáticas como en desarrollo; aunque esto ha cambiado, y las diversas leyes, estudios y festivales han dispuesto en este cine colombiano, más que una identidad un carácter reconocible, aún así hay que entender que como específica Orozco, 2009:
El hecho de que gran parte del análisis sobre cine colombiano proviene de investigadores cuya primera concentración es la literatura marca de modo particular la mirada sobre el cine. (...) Esta mirada de literatos y especialistas culturales sobre el cine puede -en algunos caso- tener como consecuencia una mayor atención a los elementos más emparentados con la literatura: la narrativa, los personajes, el marco temporal y espacial, por ejemplo, olvidando repasar cuidadosamente en el lenguaje de la cámara (2)
Esta aclaración es importante no sólo en términos de homogeneidad estilística, sino como parte de una representatividad formal, es decir, lo que se entiende como Cine Colombiano que se puede determinar tanto en lo que se narra como en el cómo, además de sintetizarlo en un corpus central, que viene a ser la violencia, la cual siempre ha entrado en debate, no sólo como temática sino como la única forma de identificar a este cine, sin embargo tanto investigadores, analistas y los mismos directores, plantean lo siguiente, en que se debe "abordar la violencia y no dar la espalada a la realidad. En el centro del dilema, entonces, subsiste la discusión sobre mirar la violencia, ser indiferentes o encontar otra manera de abordarla", como lo anota Suárez en su libro (2009, pág. 183), porque, como anota otro autor: el cine de ficción no tiene obligación con la realidad, sino con la puesta en escena. (3)
La frase final es la que mejor puede representar el cine colombiano de los últimos años, principalmente un cine que sí bien no esta exento de violencia o que describe el conflicto armado colombiano, su obligación está más con la puesta en escena, así mismo, en cómo se cuenta dicha idea o conceptos, además de todas las herramientas narrativas y técnicas que el cine de los últimos años ha heredado de diversas fuentes, lógicas y análisis; con esta breve introducción nos vamos a acercar a cuatro películas colombianas, relativamente recientes, y que sí bien están centradas en la violencia, sus discursos, narrativas y formas son, no sólo más certeras con el lenguaje contempráneo del cine, sino más efectivas en sus puestas en escena, ajenas a hiperrealismos y hasta incómodas en sus planteamientos, pero también más estilizadas y efectivas en sus relatos, de cierta forma, un cine tan colombiano como global en lo que se cuenta, pero con esa personalidad que ha ganado con los años, tanto por esta generación de realizadores formados en el oficio de la imagen en movimiento y nuevas lecturas del cine nacional.
Monos (2019)
Aunque la idea de los niños jugando a la guerra o inmersos en la teatralidad de la misma, no es una novedad en el cine, sí es un aporte importante, cuando su artificio se traslada ya no sólo para relatar un conflicto, en este caso el colombiano, sino mutarlo en uno netamente cinematográfico, es decir que la guerra, se nutre de este lenguaje, en el que tiene más peso la "puesta en escena", no apartándose de la realidad sino adaptándola a dicho recurso, en este caso un discurso del caos y la inmadurez, que nunca han sido ajenos a las guerras; aunque esta descripción podría encuadrarse dentro del cine bélico más autoral, sintetiza lo que sucede con una de las películas más interesantes del cine colombiano, como lo es Monos, dirigida por Alejandro Landes, el cual se sumó a esa oleada de realizadores colombianos, que ya fuera por su formación o espíritu creativo, trastocaron esa idea de un cine colombiano, uno en el que la violencia además de estar presente, es un motor estético tanto en su fotografía, tal vez una de las mejores del cine colombiano, por parte del holandés Jasper Wolf, y de un montaje conceptual -a varias manos-, que tal vez tenga la elipsis más lograda del cine nacional: zona fría a la selva, en un corte que cambia de tono y estructura a la obra; así mismo, un sonido que emula a Apocalypse Now (Copolla), y en varias ocasiones, el "quiebre" de la cuarta pared - como lo hace Rambo, la actriz que interpreta dicho personaje-, en cierta forma, es una película digna de lo referencial, porque es una obra que se alimenta de imágenes y sonidos clásicos del cine independiente estadounidense y autoral europeo, es decir, Monos es una película posmoderna, que enfatiza en la complejidad del conflicto colombiano a través de lo que la imagen en movimiento puede decir, ya sea a través de referencias como la de Apocalypse Now, Cero en Conducta o hasta del cine experimental como de nuestra idiosincrasia(s): latinoamericana, colombiana y tercermundista.
Minicrítica
El gran logro de Landes, es ponernos en la piel de una película que nos habla de una realidad social pero delineada por la analogía, que puede pasar tanto por lo distópico, el onirismo o una realidad alterada de un grupo de niños/jovénes, hijos de la violencia, todo gracias al gran trabajo fotográfico, música y puesta en escena, que media entre el homenaje cinematográfico, los absurdos de una guerra y una especie de coming of age que entre la rebeldía y a anarquía nos retratan de forma elocuente. Así mismo, películas como Monos, se desligan más de lo narrativo, centrándose en ese diálogo que las imágenes - montaje - fotografía puede recalcar con mayor énfasis en ciertas temática, en este caso, el conflicto armado colombiano, visto, en cierta forma, más como un collage o una obra suprarrealista.
Matar a Jesus (2017)
La ciudad Tanática o sicariesca, como lo describe Manuel José Zuluaga, es una estética permeable en el cine nacional (4), principalmente en la Medellín de la época más violenta; estética o narrativa que ha alimentado a gran parte de dicha cinematografía, la cual ha sabido encajar tanto realidad social como tensión dramática, mediada por la fotografía de la ciudad - uno de los puntos fuertes del cine "paisa", que está en lo liminal, entre lo poético y lo brutal de la perifería, que además de elemento estético, está en constante tensión dramática, que es lo que podemos ver en la opera prima y obra con tintes autobiográficos de la directora Laura Mora, la cual nos retrata a grandes rasgos, la relación entre la hija de una víctima y su victimario, pero la narrativa de Mora no se reduce a un acto de venganza, sino a la incomodidad de entender que todos somos víctimas de un conflicto, tanto el sicario como hijo de una sociedad violenta, como la chica - espejo de la directora- que perdió a su padre por dicho sicario, ese constante tour de force se refuerza con ese imaginario de la ciudad de fondo, un backing que no sólo retrata la distancia entre la perfieria y la ciudad "civilizada" sino como reflejo de los sentimientos de los personajes.
Minicrítica
Si en algo se destaca el trabajo, y en este el caso el guión escrito entre Mora y Alonso Torres, está en la incomodidad de esta relación tal liminal como la misma ciudad, sumado a un interesante trabajo conceptual con lo fotográfico, sin descuidar la técnica; y ese carácter resignificador del dolor, tanto en términos cristianos- cabe recordar que el sicario se llama Jesús-, y muchas de las imágenes tienen un halo de catarsis y perdón cristiano, eso sí a su forma y estilo, planteado por la directora colombiana.
Entre la Niebla (2021)
La soledad en el cine, es un disfraz elocuente para cubrir no sólo cuerpos sino heridas, algunas tanto físicas como mentales, por ejemplo, los rastros de las diversas violencias contra los humanos, la naturaleza y los mismos sueños, porque Entre la Niebla, segundo largometraje del realizador bogotano Augusto Sandino, que a través de imágenes muy personales, y a la vez con tintes surreales, además de pocos diálogos, nos acerca a la rutina de F, un joven introvertido que cuida a su padre enfermo, en medio de un remoto paraje de páramo, al cual está profundamente conectado este joven campesino; la soledad no sólo es evidente por los pocos personajes, sino por la lucha de F contra la explotación del páramo y de la naturaleza en general, sino de su misma condición y anhelos ensombrecidos por la realidad y violencia de un país; con una fotografía potente, al igual que su sonido, donde se mezclan onirismo y realidad social, que nos hacen experimentar las sensaciones y entendimientos ya no sólo del protagonista, sino la de una realidad innegable, la de los jóvenes rurales sin oportunidad y marchitados a la suerte de sus tierras en peligro; sí lo vemos bien, otra forma de violencia.
Minicrítica
Si algo tiene el cine de Sandino, es su esencia autoral, de propuestas arriesgadas pero pausadas que buscan un lenguaje propio, que se ponen en evidencia en este trabajo de tono mágico-realista, que apela a la metáfora y la contemplación para hablarnos de temas, que parecen todavía muy cercanos a la nuestra realidad social, y lamentablemente de gran parte del mundo.
Manos Sucias (2014)
La costa pacífica colombiana se ha retratado en los últimos años de varias maneras, apelando a una realidad sombría en medio del color de sus paisajes; idea que aprovechó bastante bien el director estadounidense Josef Kubota Wladyka, quien conoció esta región en un viaje, entre lo investigativo y el asombro del viajero; este director explora en ésta, su ópera prima, no sólo el conflicto del transporte de droga, la ilegalidad y falta de oportunidades de sus pobladores, sino una obra con tintes bíblicos, de hermandad y redención, en el que los instintos más bajos, como en la naturaleza y el mar, emergerán de lo más recondito, como sucede con Jacobo y Delio, dos hermanos que volverán a encontrarse, en este viaje sin retorno, para uno en la pérdida de su inocencia y para el otro en su desesperanza. Con una fotografía naturalista, mediada por el contraste entre el mar, horizonte y los pescadores; con un movimiento perpétuo, que se refleja en la música, la barca, el montaje y las ideas de estos personajes.
Minicrítica
Sí bien no fue la película que más me gustó, y entra el debate sobre qué es el cine colombiano, el punto a favor de ésta, es como el director le da cierta universalidad a la violencia, o mejor una violencia más cinematográfica, que explora sobre la condición humana.
Conclusiones
Sí en el cine colombiano la relación con los ríos o las urbes han sido tratadas por varios autores, esa misma idea todavía no ha repercutido con otro espacio, recurrente en el cine de los últimos años en el país, como lo es el paramo, el cual además de su estética, es el que mejor representa al país en su ausencia, como lo vimos en dos de las 4 películas.
Uno de los elementos esenciales del cine colombiano, es su constante movimiento, un desplazamiento, que tanto a nivel fotográfico como de relato, fortalecen a la obra y en cierta forma, dialoga con otras ideas, tanto cinematográficas como sociales.
Más que la violencia, es la forma de contarla, la que le ha dado relevancia al cine colombiano, donde además de explorar con la forma lo ha hecho con sus propias reflexiones.
Referencias
(1) Correa, Jaime. (2009). La constitución del cine colombiano como objeto de estudio: entre los estudios cinematográficos y los estudios culturales.. Revista de Estudios Colombianos.
(2) Suárez, J. (2009). Cinembargo Colombia ([edition unavailable]). Programa Editorial Universidad del Valle. Retrieved from https://www.perlego.com/book/1581812/cinembargo-colombia-ensayos-crticos-sobre-cine-y-cultura-pdf (Original work published 2009)
(3) Barreiro, P. (2018). Indómita: Colombia según el cine extranjero (1.ª ed.). Editorial Universidad del Rosario. https://doi.org/10.12804/th9789587842296. pág. 9
(4) Manuel Jose Zuluaga Pérez (2019) Medellín Ciudad Tanatica: escenarios en la sicaresca cinematográfica.
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