9 nov 2023

El “adiós” nunca es salvaje, una reflexión sobre Adieu Sauvage*



Si la identidad es una convención, y podemos entender a  la convención como un acuerdo entre personas, ¿qué puede buscar un hombre que ha perdido su identidad?, o mejor, un pueblo que vive de convenciones con una identidad absorbida por la sociedad; es posible que esa respuesta no sólo no se encuentre, sino que no quiere ser respondida, pero que siempre será buscada como toda indagación del mundo, algo que el cine documental  intenta desarrollar en su forma y estilo; el documental casi siempre será  un viaje con una pregunta que no siempre tiene respuesta, como sucede con  la ópera prima de Sergio Guataquira, un viaje, una road movie de la identidad, de su identidad - como gran parte del cine latinoamericano- que no busca heroísmo sino un trasegar, temático y exploratorio del director que retrata con humor y con nostalgia, eso que llamamos colonialismo o exotismo, en el que además nos cuenta su historia, o las historias, aludiendo un poco a Todorov, en el que el acto de narrar ese insumo tan vaporoso como tangible, vamos a encontrar sus convenciones, es decir acuerdos, no sólo de palabras, también de silencios, como aquellos en los que los rostros se hacen paisaje, paisaje de nostalgias, paisajes de silencios, como la conversación que tienen es la zona más alta de ese sitio, conversación en la que la naturaleza no sólo es el fondo, sino el reflejo de sus sentimientos, donde la soledad, la nostalgia y la tristeza son mantras.





El documental que inicia con una nubes y el relato en pasado de un linaje olvidado, es también la búsqueda de una identidad, de esos que no tienen ciertas palabras, ciertos privilegios, ciertas voces, pero que siempre responden con la verdad de sus misterios; el documental de Sergio Guataquira, uno de los últimos chibchas, como dice él, entre lo anécdótico y la negación de una herencia no del todo querida, viaja desde  Bélgica, en una exploración, que pone en debate el peor y a la vez más poético ejercicio de dominación, y es hasta la forma de amar, porque como dice el director antes de entrar a la selva: - “mañana conoceré a un pueblo que se está muriendo de amor ….mientras que en su idioma no saben decir “te amo”.-, lo cuál hará que el director profundice como un observador entre anónimo y conejillo de indias de su propio desconocimiento, en la cultura Cácua, una que como tantas otras comunidades indígenas, han tenido en el suicidio de sus jóvenes no sólo un acto de rebeldía, desamor o colonización, sino de un ritualismo, que a la final, como otros viajes no tienen respuesta o mejor, se hacen ausentes. 





La voz de Guataquira, no sólo como narrador sino como protagonista, también sufre un viaje, una transformación, iniciando con una búsqueda y finalizando con el alivio de un propósito de retornar con una amistad ganada, pero también cabe señalar, como esa voz dominante de una nueva lengua materna, -el director está nacionalizado belga-, absorbe a la original, un español claro, pero disminuido por diversos factores, como una especie de autocolonización, de la que se va desprendiendo en la selva; Guataquira indaga en algunos puntos sobre la nostalgia, la tristeza y ese dolor escondido que parece tomarse la pantalla en ese logrado blanco y negro fotográfico, tan impostado y antinatural en el documental, pero acorde a la expresividad del director y a ese tono de desazón que embarga a la comunidad, que no sólo busca una respuesta al suicidio de los jóvenes indígenas sino a sus propias ideas, que como el río, se divide; una separación no sólo de las comunidades, de las costumbres  sino de su fluir, uno en constante movimiento, el  de los pensamientos.  


*Este texto hizo parte del taller de Escritura Creativa de la MIDBO


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