9 mar 2023

Ciclo Cine sin Tiempo: Obras maestras del cine silente

 

Fuente: Facebook, Cinemateca de Bogotá


"(....)Eran como poemas, como interpretaciones de sueños, como intrincadas coreografías del espíritu, y, al estar ya muertas, quizá a nosotros nos llegaban más profundamente que a los espectadores de su época. Las veíamos al otro lado de un gran abismo de olvido, y las mismas cosas que las separaban de nosotros eran en realidad las que las hacían tan fascinantes: su silencio, su ausencia de color, su ritmo irregular, acelerado. Ésos eran obstáculos, y por eso no nos resultaba fácil verlas, pero también aliviaban a las imágenes de la carga de la representación."

                                                                   Tomado del Libro de las Ilusiones de Paul Auster 

La segunda década del siglo 20, no sólo fue esencial para eso que entendemos como lenguaje cinematográfico, porque se perfeccionaron tanto técnica como forma, pero también porque se engendraron obras adelantas a su momento, en las que temática y estructuralmente se siguen replicando al día de hoy; obras clásicas, con argucias argumentales o visuales que siguen siendo referentes y modelos a descubrir para el cine de hoy como del mañana; en esta curaduría y adelanto a la última película del ya fallecido Luis Ospina, y opera prima de Jerónimo Atehortúa: Mudos Testigos, se revela, que el cine siempre ha sido un testigo inteligente de su época; estas obras las pudimos ver en la Cinemateca de Bogotá, ciclo que estuvo programado del 22 de febrero al 2 de marzo.   

La golondrina y el Herrerillo (1924)

Tal vez una de las películas más interesantes del ciclo, no sólo por la ausencia de narrativa, o  ésta llevada al mínimo, donde un barquero su esposa e hija navegan por los tranquilos canales de Bélgica,  y de paso trafican con diamantes, para ganar algo más de dinero; un nuevo integrante de la tripulación, un joven marinero, entrará en conflicto, al encontrar su objeto de deseo: la joven o el dinero, todo esto enmarcado  por los paisajes circundantes del sur de este país, sus maneras, y vivencias; en cierto modo ficción con tintes de sinfonía urbana, que va dar pie a obras más reconocidas como L`Atalante o las obras de Jori Ivens, pero con sus propias huellas e identificaciones naturalistas,  que recoge lo mejor de la realidad , y que como su director  André Antoine, emula las ideas de Zola donde el verismo y lo anti espectacular, se traslada a la imágenes, que no son ajenas a la belleza y lo poético, sino que en su propia configuración toma el sendero de lo exuberante, del extrañamiento de su propia realidad, que perfectamente lo podemos ver al día de hoy en obras catalogadas como posnarrativa, pomodernismo u otros cines; por tal razón es que vale la pena ver esta obra de Antoine, no muy bien recibida en su época, pero  que lleva al máximo esa idea del naturalismo y aún así, un exotismo de su propia forma, dándole mayor interés; de todas maneras, es una obra con un gran trabajo fotográfico, con un clímax potente y brutal - que cuestiona, la moral del mismo acto vengativo, y por ende del autor- y una ventana muy precisa del pasado.  




La caída de la casa Usher (1928)

En la historia del cine, contada por sus diversos autores, se lee que en la década del 20 el siglo pasado, existían algo así como "la música visual", muy propia del impresionismo cinematográfico francés, que no sólo estaba mediada por las imágenes sino por su montaje, esta idea la podemos percibir de manera evidente en una de las obras más conocidas de Jean Epstein, director que con su "fotogenia" le dio cabida a ese poder creador de la imagen, Epstein toma un relato de Edgard Allan Poe, y entre el misterio, la melancolía y lo sobrenatural se va desentrañando este cuento de terror de enfermedad y tragedia familiar, donde los planos ralentizados, pausados, de aparente imágenes inconexas cobran sentido en la psique y enfermedad de los Usher, aunque se puede criticar que sus efectos, principalmente el final, no envejecieron de la mejor manera, su forma cinematográfica sigue siendo tan vigente e inteligente en su construcción, como lo que se quería plantear a nivel onírico y fatídico.  Así como su trabajo de montaje y superposición de sentimientos e imágenes artificiosas - ralentizadas o desenfocadas-  fueron el gran logro de Epstein, también logra tomar ese espíritu romantizado y rocambolesco de Poe, donde sentimientos, miedo y enfermedad mental hacen parte de la misma narrativa; de esas películas que por secuencias o referencias se conocía, pero al  verla en pantalla grande, cobra todo el sentido de una apropiación del cambio estético y formal de una época y su búsqueda. 



The Lodger (1927)

La tercera película muda de Alfred Hitchcock, no sólo ya muestras rasgos y elementos identificatorios, eso que se entendería como hitchcokiano, sino que pone en escena la figura de Jack el Destripador bajo una amenazante niebla. Basada en la novela homónima de Marie Belloc Lowndes, en la que un asesino serial autodenominado como El Vengador está matando jóvenes rubias, al mismo tiempo un encantador pero misterioso joven se ha instalado en la casa de la familia Bounting, las conjeturas y sospechas empiezan a recaer sobre éste así como el corazón de la hija de dicha familia, pero como todo en el cine de Hitchcock, puede ser un engaño. Sin ser ni mucho menos brillante, es una de las películas que más me han gustado de Hitchcock, su descarado engaño, el inteligente uso de los elementos visuales y narrativos, principalmente en la figura del joven inquilino, los detalles gráficos de los intertítulos, la excelente y artificiosa ambientación de una Londres cubierta por la niebla y el siempre logrado montaje, en el que tanto el misterio como la farsa están muy bien estructurados; cabe resaltar ese grito convertido en ruido visual, que será muy bien emulado por el cine en general. 



La caja de Pandora (1929)

Como en todo ciclo o curaduría  hay una joya de la corona, en este caso fue La caja de Pandora de Georg Willhelm Pabst, un clásico del cine mudo, que en su momento pasó desapercibido, con un sólido guion donde el fatum, la sordidez y la libertad femenina no sólo fueron respuesta a una época  sino a una moral impuesta, sin dejar de lado, que es un reflejo de las clases sociales, a la burguesía y al conservadurismo en clave de fábula erótica en la que Lulu, la bella e icónica Louise Brooks, será el amor y perdición de quienes están a su lado, la verdadera caja de Pandora. Del deslumbramiento y artificio a la decadencia y sordidez, Pabst toma los textos de Frank Wedeking, y traza un camino trágico donde Lulú no será la protagonista sino el objeto de deseo, la verdadera mujer fatal. 

Con un impecable trabajo fotográfico, que nos muestra las luces y las sombras de las ciudades, de los oficios, de los rincones: del espectáculo o del vicio, y ante todo del rostro de Brooks, que entre la inocencia, la rabieta y la lujuria, es la esencia misma del relato. También cabe recocerle a este largometraje, el excelente trabajo de montaje, la fluidez del mismo - estamos frente a la cumbre del lenguaje cinematográfico- donde la sugerencia y la elipsis son fundamentales.


Así mismo hay que reconocerle la modernidad, el riesgo moral, y por ende la crítica a Pabst, quien en su película no sólo nos da a entender los frutos de una guerra: el desempleo, la pobreza y demás consecuencias como la prostitución, el incesto, el juego y sordidez, mundo en el que se ha criado Lulú, pero a la vez de las libertades, el lesbianismo, el amor fou y un apasionamiento, escondido entre la mojigatería, que es, lo que nos muestra el otro director de Weimar, el más escéptico y crítico con su propia sociedad.   

Una breve crítica 

Es interesante como dos películas ajenas en tiempo y nacionalidad van a tener en común a Jack El Destripador  como sucede con The Lodger y La caja de pandora, conexiones de una improbable continuidad, pero tema lapidario de la época, vistas eso sí, desde ópticas muy distintas y hasta de género; también cabe resaltar que en estas películas, el extrañamiento o el exotismo, puede provenir del naturalismo absoluto o del artificio del relato y la imagen, como vimos con La golondrina y el herrerillo y la Caída de la Casa Usher, pero ante todo, que el cine y la historia del mismo, no siempre es un relato continuo, por el contrario, que obras como las vistas en este ciclo, nos recuerdan que además de repetible, es difuso y en constante exploración.

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