7 jul 2021

Tres westerns clásicos con John Wayne


Aunque John Wayne fue más que westerns, sus interpretaciones y la relación que forjó con grandes cineastas y expertos en el género como John Ford y Howard Hawks, hicieron de este un icono del cine americano, es decir, de la masculinidad, el nacionalismo, la dureza del salvaje oeste y su hito de la colonización, ideales tan ambiguos como complejos, pero que reflejaban las posturas y pensamientos de este actor, hijo de su tiempo como a la vez de un cine que formuló un estilo, formas y narrativas;  la épica de un país naciente, fundacional  y agreste, en el límite no sólo geográfico sino de su propia moral. Wayne, el prototipo del western, sombrero tejano, disparo rápido y certero, no sólo es una iconografía propia del género sino una, que se gestó en las mentes de los guionistas y directores, donde el indígena era el enemigo, las mujeres las víctimas y los hombres como Wayne, los héroes: inmutables, duros pero de buen corazón y con la mano cerca a su winchester.

A continuación vamos a revisar no sólo tres obras fundamentales del actor nacido en Iowa sino tres de esas películas que aparecen en los listados de los mejores westerns, del cine y obras clásicas de directores como John Ford o Howard Hawks, quien están detrás de estos largometrajes. 



Rio Bravo  (1959)


La primera película que vimos fue Río Bravo de Howard Hawks, con guión de Leigh Brackett y Jules Furtham, los cuales nos acercan a una historia de amistad y colaboración en medio de una disputa de justicia y venganza en el pueblo de Río Bravo.  El sheriff John T. Chance (John Wayne) encarcela por asesinato al hermano del poderoso terrateniente Nathan Burdette (John Rusell), el cual hará hasta lo imposible- legal e ilegalmente- para sacarlo de la cárcel, custodiada por un anciano no demasiado cuerdo (Walter Brennan), el ayudante alcohólico del sheriff (un excelente Dean Martin) y el joven pero habilidoso pistolero Colorado Kid (Ricky Nelson). La cárcel se convertirá en su refugio, en la latente amenaza y en el sitio, en el que lo mejor y lo peor de estos hombres saldrá a flote, principalmente el alcoholismo de Dude así como la cooperación y ayuda de éstos.

Un western de héroes duros y rudos, sin dudas de su oficio, que siempre serán apoyados por su comunidad, pero también de personajes sensibles, profundamente humanos y con un valor de la amistad,  logrando no sólo vencer a los rufianes sino llevar paz en un momento y lugar donde siempre reinó la violencia, como lo fue en el lejano oeste americano. 

La artesanía como cine 

Este trabajo de Hawks, tanto en su dirección como en la producción, es un ejemplo perfecto del cine clásico estadounidense, narrativa sencilla y lineal pero absolutamente redonda en su ejecución, con planos en perfecta armonía y sincronización, en la que el montaje es más un recurso de limpieza que de construcción aunque detrás de ésta estuviera uno de los grandes editores de la època como lo fue Folmar Blangsted, en términos fotográficos el trabajo de Rusell Harlan, otro experto y prolífico trabajador cinematográfico, no sólo es efectivo sino que va de la mano con ese gusto a sencillez y sobriedad que tanto se le admiraba a Hawks. Un trabajo en el que el Technicolor, las largas secuencias y los planos abiertos, nos muestran eso que entendemos como compañerismo o amistad.



El cine, ese acto colectivo.....con un sólo nombre 

Río Bravo fue una respuesta positiva pero vehemente al High Noon de Fred Zinnemann, western que escondía en su forma y estilo una denuncia contra el macartismo y los 10 de Holywood, que se iban quedando sólos ante el peligro de la censura, pero para Hawks, el problema no era éste, sino la verosimilitud narrativa de un sheriff cobarde y que no cumplía con sus deberes, y todo ésto es lo que compone a su Río Bravo, obra tan efectiva que repitió un par de veces, en la que el heroísmo se medía con la vara del deber y su rapidez con la pistola; es aquí donde entra en escena John Wayne, y su figura icónica, mezcla de dureza y buen corazón, que a la final siempre saldrá indemne, no sólo por sus reflejos y puntería sino por quienes lo acompañaban.

Con esta obra, inicio mi acercamiento al western clásico - aunque ya había visto unos pocos títulos -, pero principalmente un estudio o por lo menos una centralización en ese género, que entre los años 40 y 60 del siglo pasado, además de su edad de oro, se convirtió en un referente y estilo para el cine en general.   Una gran obra, que pasa por los más diversos elementos, que no escapa al humor, el drama, lo musical y obviamente, los duelos con sus planificados momentos.     



El hombre que disparó  a Liberty Valance (1962)


La segunda película que vimos fue el Western crepuscular de John Ford El hombre que disparó a Liberty Valance, obra que empieza a desmitificar la épica de la colonización estadounidense y ese mito de la frontera, principalmente del lejano oeste, territorio agreste e incivilizado por naturaleza. Ford, el gran cineasta del western, y quien mejor retrató los paisajes americanos, acá se centra en la complicada amistad entre dos hombres tan distintos en sus ideologías como en su forma de actuar, pero principalmente, es la historia de un dilema, de un pasado perdido y un nuevo mundo, en el que estos hombres son el límite o mejor lo liminal, en ese Estados Unidos que estaba en construcción, y en el que las armas y la fuerza  se podían sustituir por la leyes y la palabra.

Escrita por James Warner Bellah y Willis Goldbeck, colaboradores habituales tanto de John Ford como del género mismo, quienes adaptaron el relato corto y homónimo de Dorothy M. Johnson, escritora por antonomasia del western, y quien sirvió de base para varios de los relatos del señor John Ford. 

Nostalgia por un héroe olvidado 

El tren a vapor trajo consigo una especie de modernidad al oeste americano, y en cierto sentido se entendió como el fin de una era, la de los hombre rudos que solucionaban sus problemas con sus rifles y el de la colonización de un espacio agreste; en alguno de esos trenes, regresaba a Shinbone el ahora senador estadounidense Ransom Stoddard (un impecable James Stewart) junto a su esposa, para el funeral de un misterioso hombre. Contada como un flashback, cuando se le pregunta la relación con el fallecido, vamos a conocer la historia de un abogado idealista, Stodard, quien rumbo al pequeño pueblo de Shinbone es asaltado y humillado por la banda criminal de Liberty Valance (Lee Marvin); en el pueblo, ya instalado, recuperándose de las heridas, conocerá las dos caras de la misma moneda, la amabilidad y dureza de quienes habitan allí, principalmente Hallie (Vera Miles)  y Tom Doniphon (John Wayne), el amor, la rivalidad y la amistad harán parte de esta historia así como la violencia, y el reconocimiento de un hombre, Ransom Stoddard, el hombre pacífico que disparó a Liberty Valance.

Con aires de nostalgia, no sólo se nos cuenta esta historia, sino la del sacrificio de un héroe Tom Doniphon y el fin de su era, así como la de una mentira bien guardada para el bien de un pueblo, de un hombre y de un nuevo mundo; porque más allá de los códigos del western como género y su estilización, acá John Ford nos revela esa idea de la condición humana y de cómo la civilización, para bien o para mal irá absorbiendo al agreste, caótico y salvaje oeste como el tren, la pluma y la política lo hicieron con las viejas costumbres.       




Recuerdos en blanco y negro 

Aunque en esta obra de Ford, pierden protagonismo los grandes paisajes,  eso no le quita calidad al trabajo fotográfico de William H. Clothier, operador experto en westerns, que encuentra en el blanco y negro, la mejor expresividad para esta historia de recuerdos, mentiras y héroes olvidados;  las sombras, el claroscuro y los planos medios serán protagonistas de las secuencias más reveladoras, así como la profundidad de campo nos mostrará las acciones y comprensiones de los protagonistas.  

Aunque austera en su montaje, esta película hace un buen uso del flashback como recurso visual al igual para estructurar la historia, en la que se van concatenando los momentos más dramáticos, pero también esos elementos simbólicos, creados en el universo Ford, en el que la carreta, el tren, las plantas y el fuego expiador, son las entre líneas de una obra más personal.

Para concluir......    

Si algo tiene el cine de John Ford, es que si bien sus guiones o historias parecen obvias, en estas se esconden y revelan el sentir del director, reflexiones sobre un mundo que empezaba a cambiar - el de los años 60 -, el de un género que ya mostraba cansancio y el de hombres, como el mismo director y John Wayne, que parecían ajenos a estas nuevas ideas. En cierto modo, el director revela en esta película, a través de elementos muy puntuales, el cierre de un ciclo; cabe recordar la secuencia de una carreta desvencijada, como en la que llegó el mismo Stodard, pero también aludiendo a Stagecoach (1939) - considerada como el inicio de esa edad dorada del western-  así, como el tren a vapor, que en una gran panorámica se superpone  a las palabras The End.....como este texto.

  
 
The Searchers (1956)




Si una obra tiene un inicio y un final tan bello e icónico es The Searchers de John Ford, película que nuevamente tiene como protagonista a John Wayne, pero en este caso más como un antihéroe o un hombre tan conflictuado con un mundo al que ya no parece pertenecer. Escrita por Frank S. Nugent, uno de los guionistas más reconocidos de su momento,  colaborador habitual de Ford y un crítico así como escritor cinematográfico de gran influencia, que tomó la novela homónima de Alan Lemay, y construyó este relato de venganza, hombres derrotados y odio, que Ford, junto a su equipo técnico conviritió en una obra épica. 


El camino del antihéroe 

La guerra de secesión, no sólo fue una brutal guerra civil sino que dejó múltiples secuelas, resentimientos y odios personales, que tenían como fondo el racismo y la complejidad de la colonización del salvaje oeste, de la que fueron víctimas los indígenas; de esa guerra, ya finalizada, varios años después regresa el solitario y abrumado Ethan Edwards (Wayne), el cual será recibido alegremente - aunque con cautela- por su hermano y la familia; pero en el salvaje oeste, la muerte y la violencia eran una constante, los Comanches asesinarán a la familia de Ethan, sòlo sobreviviendo la sobrina menor, la cual será secuestrada; a partir de ese momento Ethan junto a Martin (Jeffrey Hunter), un chico adoptado por la familia Edwards, y mestizo, se pondrán en camino, no sólo buscando a Debbie, la niña secuestrada sino venganza, un estilo de vida, que no parece ajena para el hombre que regresaba de una guerra, derrotado.

En el cine de Ford, debemos o podemos leer entre líneas, en la aparente sencillez de este relato, hay otras capas, unas lecturas que en definitiva no están en la palabra, sino en la inmediatez de la imagen: la escena de la cuñada de Ethan, oliendo su ropa, el plano final de un hombre ajeno a ese hogar, a esa vida y otro par más de elementos que sobrepasan esta historia de seguimiento, venganza y odio.




El paisaje americano como sentimiento

Si alguien logró retratar a esa América (Estados Unidos) rural, pionera y convulsa del western fue John Ford, sus paisajes tan monumentales como agresivos, perfectamente se podrìan reflejar en las actitudes de los personajes. En este caso, el trabajo fotográfico de Winton C. Hoch, uno de los grandes operadores cinematográficos, no sólo se evidencia en el color sino en esas grandes panorámicas, en las que luces, sombras y contraste se aunaban a una profundidad de campo, en la que hombre y naturaleza, muchas veces se fundían. Planos largos y abiertos, en los que el ocre del desierto, el azul del cielo y algunos visos verdes de la naturaleza son el fondo de historias tan profundamente humanas como violentas.

Pero también es una obra que tiene un gran montaje, de recursos estilísticos particulares, estructurada en varias etapas, en las que esos 5 años de búsquedas, muertos y reencuentros, marcan la forma de la película.

La música de Max Steiner, así como los paisajes se vuelve en este caso, otro narrador, la composición del músico austriaco, refuerza y hace más sublime lo que vemos, ésto que no fue del todo del agrado de Ford, es otro de los puntos esenciales de esta obra èpica por donde se le mire y escuche.

Racismo, machismo y John Wayne 

Alguien dice que el cine es hijo de su época, así como sus relatos, y que las grandes obras son incómodas, como anota Martin Scorssese, porque en definitiva The Searchers es eso y más; es innegable, su incorrección política, sus pretensiones nacionalistas, su racismo y machismo, que fue propio del género, pero si lo vemos bien, es una película que nos muestra en off la violencia del indígena y es menos amable con la caballería, que el odio es presentado como un sentimiento propio de una naciente nación, que de parte y parte se fue gestando, y que el héroe, tan racista como solitario, va a encontrar en lo que más odia - al indio- su expiación. No la veo como una obra redonda ni perfecta, pero el plano con el que inicia como con el que acaba, la fotografía, la actuación de Wayne, la música de Steiner y esos detalles y entre líneas de Ford, la hacen una obra digna de ser admirada.

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