Fotograma de Demons de Lamberto Bava |
Habían pedido refuerzos, pero tardarían en llegar. Como la Agencia era una institución secreta, no se podía recurrir a las fuerzas del orden. Así que de momento estábamos solos. El plan era entrar en el cine, localizar a Cujo, salir, bloquear entradas y salidas y provocar un incendio.
- ¡Oye! - protesté- ¡Que casi no quedan cines de barrio!
-Quemaremos a los grimlers antes de que la zona quede infestada - dijo Bogart, haciendo caso omiso de mis comentarios.
- Te pareces a Humphrey Bogart pero no lo eres - solté, indignado-. Bogie nunca quemaría un cine.
Se encogió de hombros y me soltó una sonrisa de medio lado.
- No se quién es ese fulano, pero seguro que nunca ha tenido que contener a una horda de bichos hambrientos. Eso es lo que son los grimlers. Es por lo que hemos venido.
" Grimlers". "Bichos hambientos". Lo dijo tal cual. Dos palabras que, combinadas, yuxtaponían varios terrores. Yo sabía que todo aquello era un disparate. Aun así, aquella pandilla de chalados se lo tomaba en seri, y eso le daba a todo el asunto un cariz sombrío, ominoso, tétrico. Me estaba entrando muy mal rollo.
- y Y luego, ¿qué? - pregunté
- Te hemos dicho, listillo. Tenemos formas de taparlo, ya sabes: fallo eléctrico o escape de gas. La gente se traga lo que sea.
- No, pregunto se después de arrasar el cine os vais a dedicar a hacer volar algún teatro.
Bogart me lanzó una de sus sonrisas de perro.
- No sería la primera vez. ¿Recuerdas el atentado anarquista de 1893 en el Liceo? ¿Y el incendio de 1994?
-Vampiros
-Tiene sentido. Los vampiros tienen pinta de ser unos burgueses de mierda.
-Ni te lo imaginas.
Entramos.
La taquilla estaba vacía, pero la puerta principal seguía abierta. Cruzamos el amplio zaguán enmoquetado de rojo. Las paredes estaban decoradas con enormes carteles de películas de cine clásico y lamparillas doradas que emulaban candelabros, y flores de lis, y todas esa parafernalia hortera que intenta imitar al palacio de Versales y que sólo queda bien en un cine de barrio
Alan Smithee no salvó el mundo de Sergi Álvarez (pág. 87 -88)
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