"Ahora bien, ese respeto por la palabra, su carácter perlocutivo, se origina en que esta no solo compromete a los ala’ulas sino a toda su familia. Todos y cada uno de los miembros del clan que prometió la palabra queda comprometido a guardarla, incluso con su vida." (1)
Aunque Pájaros de Verano, la vimos hace un par de meses - en su estreno- hasta ahora la reseñamos, no sólo por falta de tiempo sino porque por estas fechas sus nominaciones y premios, abren un nuevo interés en este largometraje dirigido en conjunto por Ciro Guerra y Cristina Gallego - aunque siempre habían trabajado juntos, la segunda desde la producción y el otro como director -, en este caso recopilando la "bonanza marimbera" de mediados de los años 70, y la tragedia de una familia wayú, que conoció los frutos más dulces y amargos, no sólo de esta bonanza sino de sus propias tradiciones, arrepentimientos y venganzas.
De Guerra y Gallego, podemos escribir que no sólo hemos visto toda su filmografía sino la evolución de su obra, una, que si bien parte de las mismas premisa, el viaje, la tradición y cierta cosmogonía colombiana, también hay que reconocer que en ese mismo proceso se han adaptado a las necesidades y tendencias del audiovisual contemporáneo; para bien o para mal, los premios, constancia y estilo definido han generado una obra sólida que transita entre lo genérico y lo autoral.
El guión escrito por Jacques Toulemonde y Maria Camila Arias; el primero, colaborador habitual de Guerra/Gallego, nos acerca a la "bonanza marimbera", una década, que además de mucho dinero, dejó mucho muertos, honores rotos, venganzas y la decadencia de una poderosa familia indígena wayú que no sólo dejó sangre y lágrimas en las arenas de la Guajira, "sembrando" muerte, armas y la marihuana que le dio otro sentido al hippismo de los turistas "gringos" que venían al país. La historia, tomada de la vida real, nos acerca a una matrona wayú, mística y poderosa, un "desarraigado", que muchas veces ha protagonizado las obras de Guerra/Gallego y una cultura, tan compleja y ensimismada, que perfectamente ronda entre lo espiritual y lo criminal, como si de una obra noir se tratara.
La película tiene una serie de factores exitosos en su construcción dramática, exotiza la violencia desde el género cinematográfico, tiene un relato coherente desde un modelo épico, enfatizado en la cultura wayú, pero no pierde los elementos esenciales de la filmografía de Guerra/Gallego, es decir, el viaje, los personajes desarraigados, lo simbólico y un cierto camino del héroe que transita hacia su propio destino fatal; en resumen, logra que un tema como la violencia y el narcotráfico, sean vistos a través de la óptica más cinematográfica, estética o hasta artificiosa (en el mejor sentido de la palabra) para hablar sobre un tema real, actual o común de la cultura colombiana.
Eso sí, la fotografía realizada por David Gallego, no sólo está en su punto más alto, explotando de la mejor manera la luz natural de la Guajira, el manejo del color de la cultura wayú, los espacio abiertos, y de cierta manera, esos tópicos fotográficos del cine genérico criminal adaptados al "wayuunaiki" - entendido desde lo visual-, sólo cabe recordar la secuencia del asesinato de los agricultores, la muerte del socio de Rapayet y esas oníricas y muy pictóricas escenas donde los animales, los símbolos y premoniciones, nos recuerdan el destino de esta familia. Complementando esta apartado, no se puede negar que el trabajo de Angélica Pérea en la Dirección de Arte, es tan sólido como el fotográfico, una muestra indiscutible es la mansión en medio del desierto, obviamente todo el departamento de vestuario y como se retrata la época de la bonanza.
Otro punto donde acierta la pareja Guerra y Gallego, está en el montaje, todas sus obras con mayores o menores recurso técnicos, han tenido una estructuración de gran calidad, y en esa nueva escritura propia de la edición lo que se construye como lo que se cuenta está muy bien planificado y trabajado por Miguel Svenfinger, cabe resaltar las secuencias de violencia, el trabajo fuera de campo, el inicio de la obra y el clímax, donde toda la violencia explota, al igual que la labor de este montajista.
También cabe destacar el trabajo de Leonardo Heiblum, compositor mexicano que logra darle un sentido entre singular y universal a la música, no sólo porque nos introduce de forma anacrónica al relato sino porque cada nota emula tanto a los sonidos de la Guajira, como a las sensaciones propias de la obra; lo ancestral, el thriller, lo típico se unen de forma concreta, y vamos escuchando no sólo los sonidos de una tradición sino de un fatal destino.
Que la mayor parte de la obra esté hablada en wayuunaiki, que muchos sean actores naturales o por lo menos propios de la región, y que vislumbremos ese carácter mitológico pero típico de un país, le da gran potencia a los actores donde podemos hablar de una interpretación coral, aunque es innegable que Carmiña Martínez, José Acosta como Natalia Reyes, son los que se llevan el mayor peso dramático.
Como toda evolución en el cine, ya sea el proyecto cinematográfico, el estilo o forma del mismo, los detractores como los seguidores verán con la óptica que deseen, pero también es verdad, que un director que construye su propio universo, merece una critica a favor, ya sea desde lo técnico, visual, narrativo, o como sucede en esto caso, desde la identificación de un suceso histórico hecho con la potencialidad del constructo cinematográfico, en lo que Guerra/Gallego, triunfan, y por ende, las nominaciones, premios, estrenos y demás, la han hecho mecedora de estar entre lo más "importante" del cine colombiano y de cierto mundial del 2019.
Zoom in: Preseleccionado a los Oscar 2019, diversos premios a nivel latinoamericano.
Montaje Paralelo: Cine criminal - Wayú - Marihuana
Referencias
(1) Polo Figueroa, N. (2017). La palabra en la cultura wayúu. Cuadernos de Lingüística Hispánica, (30), 43-54. doi: https://doi.org/10.19053/0121053X.n30.0.6187
La película tiene una serie de factores exitosos en su construcción dramática, exotiza la violencia desde el género cinematográfico, tiene un relato coherente desde un modelo épico, enfatizado en la cultura wayú, pero no pierde los elementos esenciales de la filmografía de Guerra/Gallego, es decir, el viaje, los personajes desarraigados, lo simbólico y un cierto camino del héroe que transita hacia su propio destino fatal; en resumen, logra que un tema como la violencia y el narcotráfico, sean vistos a través de la óptica más cinematográfica, estética o hasta artificiosa (en el mejor sentido de la palabra) para hablar sobre un tema real, actual o común de la cultura colombiana.
Eso sí, la fotografía realizada por David Gallego, no sólo está en su punto más alto, explotando de la mejor manera la luz natural de la Guajira, el manejo del color de la cultura wayú, los espacio abiertos, y de cierta manera, esos tópicos fotográficos del cine genérico criminal adaptados al "wayuunaiki" - entendido desde lo visual-, sólo cabe recordar la secuencia del asesinato de los agricultores, la muerte del socio de Rapayet y esas oníricas y muy pictóricas escenas donde los animales, los símbolos y premoniciones, nos recuerdan el destino de esta familia. Complementando esta apartado, no se puede negar que el trabajo de Angélica Pérea en la Dirección de Arte, es tan sólido como el fotográfico, una muestra indiscutible es la mansión en medio del desierto, obviamente todo el departamento de vestuario y como se retrata la época de la bonanza.
Otro punto donde acierta la pareja Guerra y Gallego, está en el montaje, todas sus obras con mayores o menores recurso técnicos, han tenido una estructuración de gran calidad, y en esa nueva escritura propia de la edición lo que se construye como lo que se cuenta está muy bien planificado y trabajado por Miguel Svenfinger, cabe resaltar las secuencias de violencia, el trabajo fuera de campo, el inicio de la obra y el clímax, donde toda la violencia explota, al igual que la labor de este montajista.
También cabe destacar el trabajo de Leonardo Heiblum, compositor mexicano que logra darle un sentido entre singular y universal a la música, no sólo porque nos introduce de forma anacrónica al relato sino porque cada nota emula tanto a los sonidos de la Guajira, como a las sensaciones propias de la obra; lo ancestral, el thriller, lo típico se unen de forma concreta, y vamos escuchando no sólo los sonidos de una tradición sino de un fatal destino.
Que la mayor parte de la obra esté hablada en wayuunaiki, que muchos sean actores naturales o por lo menos propios de la región, y que vislumbremos ese carácter mitológico pero típico de un país, le da gran potencia a los actores donde podemos hablar de una interpretación coral, aunque es innegable que Carmiña Martínez, José Acosta como Natalia Reyes, son los que se llevan el mayor peso dramático.
Como toda evolución en el cine, ya sea el proyecto cinematográfico, el estilo o forma del mismo, los detractores como los seguidores verán con la óptica que deseen, pero también es verdad, que un director que construye su propio universo, merece una critica a favor, ya sea desde lo técnico, visual, narrativo, o como sucede en esto caso, desde la identificación de un suceso histórico hecho con la potencialidad del constructo cinematográfico, en lo que Guerra/Gallego, triunfan, y por ende, las nominaciones, premios, estrenos y demás, la han hecho mecedora de estar entre lo más "importante" del cine colombiano y de cierto mundial del 2019.
Zoom in: Preseleccionado a los Oscar 2019, diversos premios a nivel latinoamericano.
Montaje Paralelo: Cine criminal - Wayú - Marihuana
Referencias
(1) Polo Figueroa, N. (2017). La palabra en la cultura wayúu. Cuadernos de Lingüística Hispánica, (30), 43-54. doi: https://doi.org/10.19053/0121053X.n30.0.6187
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