"El miedo reina sobre la vida."
Albert Schweitzer
Escribir sobre Carl Theodor Dreyer, es hacerlo sobre una de las figuras emblemáticas de la cinematografía europea y danesa, no sólo por sus depuradas puestas en escena y simbólicos ejercicios visuales sino por la capacidad de generar un cine como expresión artística(1); singular en su visión del mundo, la obra del danés tiene un marcado valor cristiano y férrea disciplina que se traduce en sus temáticas, estilo y perfeccionamiento de la imagen. Un realizador denominado neoclásico, por esa capacidad de alimentarse tanto de las vanguardias comos de los inicios del cine, o del naturalismo, propio de los nórdicos que hizo presencia en dichas cinematografías, también porque fue un director que consolidó una obra particular e individual, creando un universo donde lo onírico y lo natural se vislumbraban en pantalla. Aunque inició en el periodismo, poco a poco fue ingresando a la industria cinematográfica, principalmente como guionista para la Nordiskfilm, y con los años, más que un expatriado, la carrera del danés, se fue haciendo por fuera de su país natal, en Francia, no sólo conoció a los grandes representantes del cine sino que creó una de sus primeras obras de arte, y un punto de partida para lo que sería el legado de este cineasta. De regreso a Dinamarca, con las complejidades de la financiación, pudo finalizar otra gran obra maestra como lo fue Vampyr, película que fue un fracaso en taquilla y no tan bien recibida por la crítica, pero que con los años, no sólo se ha reivindicado su valor cinematográfico sino que resume a la perfección ese tránsito y oposición entre el Expresionismo alemán y el Impresionismo francés, en un tono onírico y surreal; y la obra que vamos a analizar a continuación.
El guión hecho por Dreyer junto a Christen Jul es una adaptación libre de Carmilla, cuento corto perteneciente a la recopilación In a Glass Darkly de Sheridan Le Fanu, obra gótica donde el estereotipo del vampiro recae en la figura de una mujer, y los sucesos sobrenaturales se hacen comunes frente a la mirada impasible de los demás, en este caso la de Allan Grey, un estudioso del vampirismo y lo oculto, que un día deambulando sin rumbo llega a una posada alejada cerca a un río, donde lo sobrenatural, lo onírico y la muerte hacen parte de la cotidianidad de ese pueblo. Mezclando los postulados expresionistas del cine alemán e impresionistas del francés, el guión asimila un ambiente que transita entre lo mundano, lo extraño, el vampirismo y una historia de amor teñida de sueños, sombras y simbolismos. Si bien Dreyer, se inspira en las obras de la Universal de monstruos y vampiros, su visión es tan personal e introspectiva, que el concepto de miedo, se transforma en surrealismo y en un mundo de pesadilla a blanco y negro.
Rudolph Maté, no sólo fue uno de los fotógrafos más importantes de la primera mitad del siglo XX sino que también fue un destacado cineasta después de la década del 50, sin embargo, es su trabajo como director de fotografía con Dreyer el que nos interesa para este caso, ante todo por la capacidad de asumir el riesgo que proponía el director danés en Vampyr, obra de marcadas sombras, contrastes, juegos ópticos y brumosas imágenes, en medio del naturalismo, propio del director danés; Maté, no sólo crea unas imágenes de gran poder visual sino que logra recrear la atmósfera ensoñadora y espectral ajena al género pero propia en el mundo Dreyeriano. Aunque cabe destacar la generalidad del trabajo fotográfico del operador polaco, es la secuencia inicial de Vampyr y su tránsito por el misterioso pueblo, donde su trabajo se hace sublime, proponiendo las mejores herramientas de la fotografía artificial, del barroquismo fotográfico y de lo simbólico como lo podemos observa en el campesino y su hoz -imitando a la parca -, las sombras que cobran vida y demás planos que evocan al surrealismo de un Buñuel; Clair o Duchamp - en su cortometrajes experimentales-, sin negar la influencia de los franceses o del mismo Karl Freund, del quien fuera su aprendiz.
Aunque rodada como una película muda, en posproducción se le añadieron diálogos y demás elementos sonoros; desde un principio el trabajo musical de Wolfgang Zeller, fue absolutamente destacado; compositor que no sólo logra asumir la atmósfera de la obra sino que se encuadra en la misma complejidad de ésta.
Obviamente el trabajo de montaje va a estar unido, en este caso, al fotográfico, gracias a las sobreimpresiones, manipulaciones y efectos de Tonka Taldy y el propio Dreyer, encabezando esta labor, no sólo de construcción narrativa sino estructuración visual, metafórica y cinematográfica, es decir un montaje como lenguaje, que se destaca en las mismas secuencias fotográfica que nombrábamos más arriba, en el climax de la obra, en la secuencia en la que el protagonista se ve a sí mismo en un ataúd y en todo el constructo audiovisual.
El trabajo de Julian West y Maurice Schutz, protagonistas del largometraje, no sólo es el que más destaca, sino el que el director enfoca en sus planteamientos, sin negar que la labor de Jan Hierominko o de la misma Rena Mandel son más que destacados, aún así, lo que prima en este largometraje, es lo visual, aún por encima de las actuaciones y de los mismos protagonistas.
Aunque es la primera película que veo de Dreyer, conociendo su Juana de Arco por el montaje y actuación, más otro par de películas como referencias, es con ésta, que me inició en el mundo del cineasta danés, y es realmente no sólo un excelente trabajo sino la mejor forma de empezar a entender el cine de este director. Verdadera obra maestra, que sí bien no fue reconocida en su momento, vale la pena ver más de una vez, y seguir encontrando todos sus valores visuales y las capacidades de Dreyer, como realizador y explorador cinematográfico de su época.
Zoom in: A pesar de ser un clásico hoy en día, en su momento Vampyr no sólo fue un fracaso de crítica sino de taquilla que alejó a Dreyer de la dirección por 10 años.
Montaje Paralelo: Nosferatu (1922) - Dracula (1931)
No hay comentarios:
Publicar un comentario