Juan Rulfo
Con algo de retraso, retomamos el análisis de La Tierra y la sombra de César Acevedo, estrenada en la Cinemateca Distrital, pero que en salas comerciales, ya había cumplido su segunda semana; esta película ganadora del Cannes a mejor opera prima, y posiblemente el trabajo que ha recibido - hasta el momento- el premio más importante para el cine colombiano, no sólo es un retrato de esa modernidad que empieza a consumir al campo y a sus gentes, sino a sus propias tradiciones, y que parecen vivir en un eterno desplazamiento. En cierta forma el director caleño, lo propone a través de esta obra, como a través de su propia experiencia, siendo una película con tintes autobiográficos; Acevedo, formado como Comunicador Social en la Universidad del Valle, y que su experiencia cinematográfica se limitaba a la dirección de asistencia en El vuelvo del cangrejo y a Los hongos, no sólo consiguió finalizar este proyecto que le tomó cerca de ocho años sino que los premios han mediatizado su obra, y lo han puesto al nivel de realizadores clásicos europeos.
Con un año cinematográfico colombiano relativamente bueno, por lo menos frente a festivales y duración en carteleras, una película como la de este director, no sólo juega un papel vital para tener otro punto de vista, otra forma de narrar o de poner en escena, temas presentes en la pantalla, pero construidos a través de la belleza y de la poética de lo tradicional.
Acevedo (camisa a cuadros) / Fuente: Revista Visaje |
Escrito por el propio Acevedo, este drama que retrata el regreso de un hombre a su antiguo hogar para ayudar a su hijo moribundo, es igualmente una tragedia familiar, el desplazamiento por la modernidad, el reencuentro con la memoria, y el olvido como parte de ese mismo tránsito hacia un cambio, una nueva vida.
Alfonso (Haimer Leal), un viejo campesino que retorna después de 17 años a su tierra, a su finca, a la familia que abandonó; se encuentra con la realidad de un pueblo cambiado por la modernidad, donde el cultivo de la caña de azúcar, ha desplazado los viejos oficios, y ha traído nuevas enfermedades, como la que tiene su hijo Geraldo (Edison Raigosa), las mujeres del hogar, son las que trabajan, cortando la caña, y la inocencia de un niño, será el gran motor para este hombre que sólo tiene los recuerdos de una humilde casa a la sombra del Samán (un árbol). Con un ritmo pausado, de planos casi estáticos, el director nos acerca a una tragedia moderna, llena de melancolía y tristeza que se refleja en los rostros de los personajes, su entorno y en ese fin de una era, que parece la de esta familia campesina.
Alfonso (Haimer Leal), un viejo campesino que retorna después de 17 años a su tierra, a su finca, a la familia que abandonó; se encuentra con la realidad de un pueblo cambiado por la modernidad, donde el cultivo de la caña de azúcar, ha desplazado los viejos oficios, y ha traído nuevas enfermedades, como la que tiene su hijo Geraldo (Edison Raigosa), las mujeres del hogar, son las que trabajan, cortando la caña, y la inocencia de un niño, será el gran motor para este hombre que sólo tiene los recuerdos de una humilde casa a la sombra del Samán (un árbol). Con un ritmo pausado, de planos casi estáticos, el director nos acerca a una tragedia moderna, llena de melancolía y tristeza que se refleja en los rostros de los personajes, su entorno y en ese fin de una era, que parece la de esta familia campesina.
La impresionante fotografía de Mateo Guzmán, que ha recibido diversas distinciones por esta labor, no sólo destaca por la composición y sobriedad de cada plano, sino por lo que cada uno de éstos dice dentro de la película, planos sugerentes, de una lograda manifestación entre lo naturalista, lo pictórico y a la vez una artificialidad, que parte de las mismos sentimientos que se presentan en esta opera prima. Guzmán, se alimenta de diversas fuentes pictóricas tantos del país como del naturalismo francés, sin dejar de lado la influencia de la fotografía de Nykvist en Sacrificio de Tarkovski , y de otros cineastas, pero con una huella de identidad propia, definida y estilizada con lo colombiano.
Si bien es cierto que la película tiene pocos diálogos, el sonido es técnicamente correcto; aunque podemos hablar de ausencia de música, a excepción de la canción Amor se escribe con llanto (interpretada por Garzón y Collazos), la misma que se utiliza en el trailer y de forma diegética, es más que suficiente este pequeño extracto sonoro para ilustrar los sentimientos que se van desarrollando en este largometraje. Igualmente, su montaje, dirección de arte y producción en general son sobrios pero de gran relevancia, estructurados de forma coherente con el relato y con lo que se quiere expresar.
Aunque las actuaciones funcionan, el aplacamiento de los actores naturales está muy bien manejada por Acevedo, en ciertos puntos hay notables saltos en esas misma interpretaciones, que si bien no afectan al ritmo o calidad del trabajo, si se hacen notorias por la sobriedad de la película; vale la pena destacar el trabajo del niño y de Haimer Leal, quienes, en medio de estas actuaciones corales, son los que sufren los mayores cambios dramáticos, e igualmente son la contraposición cultural, que se está contando en este trabajo.
Para finalizar, y a modo personal, una película que nos acerca a la memoria de un país, a entender como nuestras tradiciones deben ser comprendidas y heredadas, como parte de nuestra propia idiosincrasia; todo bajo una excelente fotografía, ritmo pausado, contemplación, donde la tristeza es protagonista de un mundo en constante cambio.
Cabe destacar, el protagonismo de la casa, de la pequeña finca que se termina convirtiendo en un personaje más, que respira y a la vez, está consumiendo a los demás interpretes; casa que recibe la luz, la sombra, la tierra y los sentimientos que afloran en esta pequeña parcela, que remite a una metáfora del desplazamiento y de la misma modernidad reinante.
Aunque comparada (la película) con las obras de Tarkovski, yo la situaría mucho más cerca al trabajo de Andrey Zvyagintsev, por sus tragedia griegas, llevadas a este mundo contemporáneo, donde la familia también tiene repercusiones en ese mismo destino infranqueable, inevitable. Una película, que igualmente nos está hablando del cuidado de la naturaleza, de las tradiciones, del respeto por nuestros recuerdos, en resumen, una excelente obra, no sólo como opera prima, sino por todo el engranaje emotivo y estético que la envuelve.
Zoom in: Cámara de Oro en Cannes, a mejor opera prima, Sección oficial en San Sebastián, y múltiples premios en el resto del mundo por su fotografía, dirección, entre otras.
Montaje Paralelo: Campesinos
Si bien es cierto que la película tiene pocos diálogos, el sonido es técnicamente correcto; aunque podemos hablar de ausencia de música, a excepción de la canción Amor se escribe con llanto (interpretada por Garzón y Collazos), la misma que se utiliza en el trailer y de forma diegética, es más que suficiente este pequeño extracto sonoro para ilustrar los sentimientos que se van desarrollando en este largometraje. Igualmente, su montaje, dirección de arte y producción en general son sobrios pero de gran relevancia, estructurados de forma coherente con el relato y con lo que se quiere expresar.
Aunque las actuaciones funcionan, el aplacamiento de los actores naturales está muy bien manejada por Acevedo, en ciertos puntos hay notables saltos en esas misma interpretaciones, que si bien no afectan al ritmo o calidad del trabajo, si se hacen notorias por la sobriedad de la película; vale la pena destacar el trabajo del niño y de Haimer Leal, quienes, en medio de estas actuaciones corales, son los que sufren los mayores cambios dramáticos, e igualmente son la contraposición cultural, que se está contando en este trabajo.
Para finalizar, y a modo personal, una película que nos acerca a la memoria de un país, a entender como nuestras tradiciones deben ser comprendidas y heredadas, como parte de nuestra propia idiosincrasia; todo bajo una excelente fotografía, ritmo pausado, contemplación, donde la tristeza es protagonista de un mundo en constante cambio.
Cabe destacar, el protagonismo de la casa, de la pequeña finca que se termina convirtiendo en un personaje más, que respira y a la vez, está consumiendo a los demás interpretes; casa que recibe la luz, la sombra, la tierra y los sentimientos que afloran en esta pequeña parcela, que remite a una metáfora del desplazamiento y de la misma modernidad reinante.
Aunque comparada (la película) con las obras de Tarkovski, yo la situaría mucho más cerca al trabajo de Andrey Zvyagintsev, por sus tragedia griegas, llevadas a este mundo contemporáneo, donde la familia también tiene repercusiones en ese mismo destino infranqueable, inevitable. Una película, que igualmente nos está hablando del cuidado de la naturaleza, de las tradiciones, del respeto por nuestros recuerdos, en resumen, una excelente obra, no sólo como opera prima, sino por todo el engranaje emotivo y estético que la envuelve.
Zoom in: Cámara de Oro en Cannes, a mejor opera prima, Sección oficial en San Sebastián, y múltiples premios en el resto del mundo por su fotografía, dirección, entre otras.
Montaje Paralelo: Campesinos
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