LA LENGUA DE TODOS
Todos los espectadores de cine conocen a los vagabundos de Chaplin, pero
me pregunto cuántos se han dado cuenta hasta qué punto esos vagabundos sin
hogar son típicamente americanos. Entre el número decreciente de vagabundos
ingleses, se encuentra todo tipo de gente, desde el licenciado cuya carrera
concluye en la ruina y el deshonor hasta el analfabeto algo cretino que no ha
encontrado empleo desde su infancia. Pero todos ellos tienen algo en común:
pertenecen al gran ejército de los vencidos. Continúan simulando que buscan
trabajo pero no esperan encontrarlo. Están abatidos y desesperados.
El vagabundo americano de hace veinticinco años era un tipo muy
distinto. A menudo se trataba más de un rebelde que de un paria. No sabía
afincarse en una casa ni conseguir un sustento. Odiaba la rutina y el empleo
regular y le gustaban el azar y las vicisitudes de la carretera. Detrás de su
andar errante, perduraba algo de la antigua necesidad de aventura que movió a
las pesadas caravanas hacia el oeste atravesando la pradera.
En los grandes caminos de América, en sus días más prósperos, también se
encontraban hombres que no eran vagabundos comunes. Eran artesanos nómadas que
trabajaban en un lugar un par de semanas, o meses, y a continuación se marchaban
a buscar sustento a otra parte. Todavía hoy, siendo difícil tener seguridad en
un puesto de trabajo, el vagabundo americano no se confiesa vencido.
Este espíritu indomable constituye la composición del Charlie Chaplin
del cine. Su imagen de desheredado es ciertamente más americana que inglesa. El
trabajador inglés abunda en valor, pero aquellos a los que un paro prolongado
ha arrojado a la calle están destrozados, sin esperanza alguna. Su arrojo y su
desdén le distinguen del vagabundo de Chaplin.
Pero la realidad americana en su conjunto ha influenciado a Chaplin: su
diversidad, su colorido, su animación, sus contrastes extraños y
espectaculares. Y los Estados Unidos han hecho más por el pequeño actor inglés.
Le han proporcionado la ocasión que esperaba sin saberlo, han conseguido que
encuentre el medio de expresión ideal adaptado a su genio: el cine.
El sueño del señor Chaplin es interpretar papeles tan trágicos como
cómicos. El hombre cuyas magníficas payasadas han hecho de ¡Armas al
Hombro! la pasión de los antiguos combatientes hastiados, quiere
ofrecer al mundo una nueva interpretación de Napoleón. Existen otros personajes
a los que quiere encarnar, muy alejados de los que le han valido el éxito que
disfruta.
Los que sonríen ante esta ambición no han considerado toda su
genialidad. Ningún simple payaso, por muy brillante que sea, podría haber
merecido el afecto del gran público de un modo tan intenso. Debe su
incomparable posición de estrella al hecho de ser un gran actor, capaz de hacer
vibrar nuestros corazones tan firmemente que nos lleva a la risa. En algunas de
sus películas hay momentos de un patetismo casi insoportable.
Es un gran logro, sólo posible gracias a un actor pleno, el poder
suscitar al mismo tiempo las lágrimas y la risa. Pero predomina la risa y el
señor Chaplin tiene razón al desear interpretar pura tragedia. Mientras
esperamos, su patetismo pasará por un simple subproducto de su bigote de
cepillo y del grotesco andar de Chaplin.
Creo que sin la llegada del sonoro, ya habríamos visto a esta gran
estrella en un papel serio. Es la única figura del cine mudo para la que el
triunfo de la palabra no ha significado ni palabrería ni desaparición. Al igual
que en el pasado, continua apoyándose sobre una pantomima mas expresiva que el
discurso. Pero mientras el silencio de Charlie Chaplin no ha perdido nada de su
magia, el señor Charles Chaplin, ¿saldría bien parado en un papel de un género
completamente nuevo para su público, que sin duda alguna le lanzaría una mirada
crítica...?
El mayor éxito del señor Chaplin es haber resucitado en estos tiempos
modernos una de las grandes artes de la Antigüedad, un arte cuyo secreto estaba
tan total y al parecer tan irrevocablemente perdido como el de los colores
brillantes, frescos y vivos hoy, tal y como fueron dispuestos sobre el lienzo y
que fueron la gloria de los Van Eyck.
El auge de la pantomima tuvo lugar durante el mandato de los primeros
césares. En ocasiones se atribuye su invención al mismo Augusto, primer
emperador romano. Nerón la practicó, tal y como escribió en sus poemas, para
distraerse de sus asuntos, desenfrenado, incendiario y glotón. Pero los mayores
pantomimos (el nombre en la antigua Roma se aplicaba a los artistas y no al
arte que practicaban) consagraban toda su vida a representar obras sin palabras
hasta dominar las posibilidades últimas de expresión a través del movimiento y
el gesto.
Cuando triunfó el cristianismo, los pantomimos huyeron, Sus temas
favoritos eran físicamente demasiado explícitos para los padres de la iglesia y
carecían de la delicadeza necesaria para tener un lugar a la sombra de la Cruz.
Pero si se hubieran percatado, habrían visto que los temas eran posibles.
Chaplin lo mostró en El Peregrino. ¿Recuerdan la secuencia en la
que escapado de prisión y disfrazado con hábitos sacerdotales, se sube a un
púlpito y cuenta la historia de David y Goliat? Es un maravilloso fragmento de
mimo durante el cual seguimos todos los detalles del drama. Chaplin redescubrió
por accidente el arte que hace mil novecientos años cautivó a la Ciudad de las
Siete Colinas. En su juventud, formó parte de una troupe que recorría las islas
Anglonormandas donde pervive una raza vigorosa para la que el rey de Inglaterra
es todavía el duque de Normandía. Sus habitantes, que hablan el dialecto anglo-normando
de sus ancestros, no entendían las expresiones cockney de los actores, cuyas
mejores bromas no hacían ninguna gracia.
Finalmente, desesperada, la troupe decidió realizar su labor mediante la
acción y el gesto. Así, una sola representación bastó para revelar a Charlie
como un mimo de genio y para mostrarle con qué fuerza podía llegar a cautivar
al público esa interpretación sin palabras. Desde ese momento desarrolló su don
para la expresión pantomímica y se preparó inconscientemente para el día en que
el mundo entero sería su público.
Pero la plenitud de su arte sólo sobrevino una vez comenzada su carrera
en el cine. Adaptó su técnica a las películas y a medida que tomaba conciencia
de los límites y las posibilidades de la pantalla, su dominio del nuevo modo de
interpretación se perfeccionaba. En sus propias palabras, comprendió que
"la gente puede emocionarse con mayor intensidad a través de un gesto que
mediante la voz".
Las películas americanas estaban por aquel entonces muy bien situadas.
Eran más sencillas, más directas que las mejores películas europeas y en
consecuencia satisfacían a un público más amplio. Si sus productores y sus
estrellas hubieran aprendido de Chaplin y de los Europeos, el cine mudo habría
definido al sonoro. La película sonora habría surgido de todos modos, pero no
hubiera arramblado con el mudo.
Si algún día conseguimos llevar el arte del cine hasta su cima, creo que
hay que limitar expresamente los medios técnicos de los que hoy en día se hace
un uso indiscriminado. Me gustaría continuar viendo películas mudas, pero
realizadas por productores conscientes del potencial de la pantomima. Películas
así merecerían ser realizadas por una sola razón: el público de una película es
limitado por el factor lengua, mientras que el cine mudo puede contar su
historia a toda la raza humana. La pantomima es la verdadera lengua universal.
Existen en todo el mundo millares de salas de cine que todavía no están
equipadas con sonido y que constituyen un mercado para las películas mudas. Es
incluso imprudente pensar que este mercado está en retroceso. Existen muchos
países que carecen de los recursos necesarios para producir películas sonoras.
Existen millones de personas cuya lengua materna nunca se hará oír en una sala
de cine y que no entienden bien ninguna otra. A medida que el nivel de vida
vaya mejorando en Asia y en África, se construirán cines y se creará un
público, un público cuyo gusto se corresponderá con la pantomima más que con
ninguna otra cosa.
Las naciones anglófonas tienen ahí una gran oportunidad y una gran
responsabilidad. El espíritu primitivo piensa más cómodamente en imágenes que
en palabras. Lo visto tiene una mayor carga de sentido que lo oído. Las
películas mostradas en el silencio de la noche tropical africana o bajo los cielos
de Asia determinarán quizás a largo plazo el destino de los imperios y las
civilizaciones. Ilustrarán o destruirán el prestigio del que se ha servido el
hombre blanco para mantener su precaria supremacía en medio del hormiguero de
multitudes de hombres Negros, Morenos y Amarillos.
Espero que no tengamos que esperar todavía cuatro años hasta el próximo
film de Chaplin. Pero valdría la pena si formase una troupe de actores y
actrices que supiera hacer un uso eficaz de la pantomima. Ya ha mostrado su
capacidad de inspirar a los demás en la realización de La Opinión Pública, y el
oscuro realismo con el que eran descritos los pioneros del Klondike en La
Quimera del Oro. Y no veo razón alguna para que, siendo capaz de formara
una troupe similar, no pueda realizar su ambición de interpretar al vencedor de
Arcole. Pienso que podría ofrecernos un retrato del joven Napoleón que
perduraría como uno de los más memorables del cine.
Nos cuesta imaginarle en un papel así porque pensamos en él tal y como
aparece en la pantalla. En concreto, pensamos en sus pies. Napoleón nunca tuvo
unos pies así. Chaplin tampoco. Son "accesorios": su famoso caminar
es el gesto de un actor hábil para sugerir un personaje y una atmósfera. En
realidad se trata de los pies de un antiguo cochero que Chaplin encontraba a
veces en la calle Kennington de Londres. Para su verdadero propietario, esos
pies no tenían ninguna gracia. Pero el joven se dio cuenta del potencial de
este andar incómodo. Observó al anciano y copió sus movimientos, hasta perfeccionar
cada paso de este lúgubre registro.
El mismo poder de observación, la misma exhaustividad paciente podría
emplearse en la representación elocuente de personajes serios. Los pies de
Charlie Chaplin no son un handicap, representan un triunfo: el poder de
transmutar lo visto en lo mostrado.
Y el auténtico Chaplin es un hombre enérgico y culto. Como decía Sydney
Earle Chaplin, preguntado a la edad de cinco años: "Uno se hace una idea
falsa de papá. No es elegante lanzar tartas, pero él sólo lo hace en el cine.
Nunca las lanza en casa"
Así pues, creo que el futuro de Charles Chaplin reside quizás y sobre
todo en la creación de papeles serios en películas mudas, o más bien sin
palabras, y en el desarrollo de un cine universal.
No es indispensable que ignore totalmente el cine sonoro. Sus películas
pueden ir bien con la música, podrían utilizarse sonidos naturales. Pero estos
efectos deben quedar en un segundo plano de modo que las películas podrían
pasar sin temor a perder su encanto por salas de cine no sonorizadas.
Un cliché habitual entre los críticos de cine, cuando discuten sobre el
sonoro, es decir que no se puede dar marcha atrás. De hecho sugieren, a causa
del progreso técnico que es el sonido, que todas las películas deben ser
sonoras y en adelante lo serán siempre. Tales declaraciones desvelan una
metedura de pata profunda acerca de la naturaleza del progreso y la naturaleza
del arte. Es lo mismo que decir que a causa de la pintura al óleo el aguafuerte
debe dejar de existir; o que, dado que la palabra forma parte integrante de las
obras de teatro, hay que añadir palabras a las representaciones de ballet.
Explorar las posibilidades de las películas mudas, hacer que constituyan un
arte particular, no es ningún retroceso, sino un paso adelante.
Muchos espíritus brillantes y originales se asocian hoy al cine, pero
ninguno está tan dotado como el señor Chaplin para llevar a cabo esta
experiencia. Quizás ningún otro osaría hacerlo.
Le deseo buena suerte, y el valor de sus propias convicciones y
magníficas cualidades. Pero espero que no olvide que el mundo necesita reír.
Sí, que interprete tragedias, que despliegue toda la extensión de su genio de
actor. Pero que regrese, si llega el caso, a la vena de la comedia que hace las
delicias del universo desde hace veinte años.
Winston Churchill
Publicado en Colliers’96 (26 de octubre de 1935)
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