19 jul 2020

Spellbound: Y los sueños.....me llevaron a ella


"Tengo una debilidad por los pasadizos secretos, las estanterías que se abren al silencio, las escaleras de caracol que descienden en una espiral y los escondrijos ocultos."                                                            
                                                                                                          Luis Buñuel  
Freud fue el primero que encontró en el inconsciente, ese nexo misterioso entre lo somático y lo psíquico, derivando en la interpretación de los sueños, que se puede entender como un acertijo gráfico o una serie de jeroglíficos que necesitan de un dispositivo, en el que más que traducir, se hace palpable de forma expresiva los sentimientos reprimidos de una persona(1), es como explica Chicharo (2009) el lenguaje onírico es una vía excepcional de expresión de deseos y objetivos, preocupaciones y obsesiones, recuerdos y reminiscencias, que no siempre podemos racionalizar(2), ideas a las que se sumó la pintura, el arte en general y obviamente el cine, tanto en sus vanguardias, como en su narrativa más convencional, como pudimos ver en Spellbound de Hitchcock, en la que, sueño, psicoanálisis e inconsciente nos narran la historia de un hombre atormentando por sus recuerdos olvidados.   El maestro del suspenso, estructura un largometraje con sus evidentes particularidades y estilo, en el que, sus provocativos encuadres, montaje innovador y perturbación argumental, nos acerca a una clínica psiquiátrica, en el que la confusión, el crimen y el misterio,  se resolverán de la forma más psicoanalítica posible. Hitchcock, pone en escena, un thriller en toda su expresión con una Ingrid Bergman y Gregory Peck, como protagonistas, al mejor estilo del Hollywood clásico.
  


Aunque el guión es de Angus McPhail y del célebre Ben Hecht, el "Shakespeare de Hollywood" (3), son evidentes las influencias del director británico; no sólo por los protagonistas, sino por la mismas conjeturas narrativa, en la que los traumas psicológicos, son una excusa para hablar de sexualidades reprimidas e interpretaciones pulsionales sobre el ethos y el eros, donde confluyen las ideas del director nacionalizado estadounidense -Hitchcock- y el artista español Salvador Dali, como se puede ver en las secuencias oníricas y su interacción paciente-médico. De todas formas, como en todo capítulo del cine clásico estadounidense, el amor prima sobre las complejidades de la trama, en la que la confusión, la falta de identidad y el crimen, van armando todo un cóctel de represiones, en el que Freud, se sentiría abrumado. La narración aunque lineal, está remarcada por la alternancia y el paralelismo de los sueños, además de los tópicos, algunas veces recargados del suspenso, pero que funcionan en su estructura y forma, principalmente al final del largometraje, donde se desenmascara el conflicto y complot mental.


   
George Barnes fue uno de esos directores de fotografía que colaboró con los más importantes directores, tanto del cine mudo como del Hollywood clásico; no sólo el manejo de la luz sino sus composiciones en blanco y negro funcionaron a la perfección con el estilo de Hitchcock; pero además, en este caso logra conjugar de manera efectiva  el "realismo" propio del clasicismo cinematográfico como los artificios surreales que diseñó Salvador Dali y  James Basevi, puso en escena. Aunque todo es trabajo en estudio, las secuencias de los sueños, son esencialmente, el punto más fuerte de este trabajo, que logran adentrarnos en la complejidad mental de Jhon Ballantyne, un  estupendo Gregory Peck; y esa cercana colaboración que tuvo el artista español con el cine más convencional -cabe recordar aquí su Destino con Walt Disney-, que como escribíamos líneas más arriba, fueron posibles gracias al trabajo en conjunto de Barnes -Basevi y Richard Johnston.

Otro punto a resaltar es la composición musical del Miklos Rozsa, sonidos que alternan la música de cámara, la extrañeza del theremin y los vientos, que hacen más evidentes la compleja psique del protagonista. Para destacar, la partitura que nos interna a los sueños de Ballantyne, y que como en otras obras, hará evidente la potencia del theremin, ese instrumento musical que en la ciencia ficción como en la locura, narra musicalmente.



Pero también hay que reconocer que esta película se sostiene gracias a la presencia de Ingrid Bergman y Gregory Peck, esos prototipos a los que siempre les dio protagonismo el director nacido en Leytonstone, porque más que buenas o malas actuaciones, lo que configuró el inglés junto al productor David O. Selznick, fue la esencia de un extraño star system de obsesiones y alteregos, que se roba la pantalla, y hace creíble lo inverosímil de Bergman como fría psicoanalítica y de un director clínico en plan Caligarilesco. Es decir, Zelnick-Hitchcok, sabían muy bien que el cine, son muchas sillas que llenar, y con estos actores no fallaron en su cometido.

Un gran trabajo, que tiene tanto lo mejor como lo peor del director inglés, pero con ese plus de los decorados de Dali, la bella sobriedad de Ingrid Bergman, el gran montaje de Hal C. Kern, y ese suspenso, del que siempre fue tan efectivo el señor Hitchcok.


Zoom in: Oscar a mejor música y nominada en varias categorías

Montaje Paralelo:  Secuencias oníricas -psicoanalistas 






Referencias

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