14 ene 2017

La La Land: Nostalgia en la tierra de los sueños


                             "No basta con oír la música; además hay que verla."
                                                                                          Igor Stravinski

De las tres películas que ha escrito y dirigido Damien Chazelle, hemos visto, no sólo las mejor recibidas por público y crítica sino las que han marcado referencia en la carrera de este cineasta nacido en Providence, Rhode Island. Chazelle, que ha encontrado en lo musical, inspiración para sus obras, principalmente el jazz, convirtiéndolo no sólo en un personaje más, sino en la estructura de éstas, y un molde para el desarrollo narrativo y visual de los largometrajes,  eso lo vimos en Whiplash, y también lo veremos en su último trabajo La La Land, un musical, en su máxima expresión que homenajea a esas obras de género que destacaron en los años 50 y 60.

El graduado de Harvard, músico frustrado y guionista de las más disimiles obras - hace poco lo vimos participar en 10 Cloverfield Lane, la malograda The Grand Piano, entre otras-, parece labrarse con cada largometraje, no sólo un futuro asegurado sino uno de los más prometedores directores de su generación, que en los últimos Globos de Oro, confirmó esa idea, al ganar en todas las categorías con La La Land, su última obra, y de la cual vamos a escribir a continuación. 


El guión escrito por Chazelle, nos lleva a Los Angeles (California), al Hollywood de los sueños por cumplir, donde conocemos a Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz que trabaja como camarera en una cafetería en los sets de filmación, el destino la unirá a Sebastian (Ryan Gosling) un pianista de jazz que trabaja en bares de mala muerte, aspirando a poder crear su propio club de jazz. En el camino descubrirán que el amor, sus carreras y el destino, no siempre están en la misma dirección.

Desde el inicio de la obra nos encontramos con un plano secuencia musical, que va a marcar el estilo de la obra y el tipo de narración de la misma, una mezcla de ensoñación y amargura que trasciende durante todo el relato, es decir, Chazelle, utiliza los tópicos del género, rompe algunos parámetros, juega con los arquetipos y se desplaza cómodamente por las alternativas y sutilezas del musical, es en este punto, donde más funciona el guión de Chazelle, con un humor inteligente, que homenajea al género, puntualmente a dos películas como lo son: Los paraguas de Cherburgo  y Cantando bajo la lluvia, pero con el estilo del director, donde nostalgia y cierto desapego, hacen más contemporáneo el sentido de esta obra, que tampoco está exenta de ternura y sensibilidad, pero muy bien estructurada en su colectividad narrativa.

Aunque el tiempo cinematográfico de la obra es lineal en la mayor parte, tiene un logrado flashforward o mejor una "probabilidad" narrativa, contada a través de la música, que hace de esa secuencia uno de los puntos más efectivos, sensibles y mejor narrados que tiene este trabajo; es un engaño, pero que gran engaño hace Chazelle, y más como una pieza musical. No podemos dejar de lado algo importante en esta película, su estructura narrativa está concebida desde lo musical, y eso se hace evidente en esa secuencia después de los créditos, casi delimitada como un "pentagrama argumental", y esos elementos que la ubican dentro del género musical, también están abiertos a elucubraciones y planteamientos sobre el mismo cine, el papel de Hollywood, del "estrellato" y sobre el mismo oficio cinematográfico como muchas está planteado en un "metacine"; es decir Chazelle, no sólo nos muestra la cara amable de esa "tierra de sueños" sino su contraparte, y en este caso, la realidad y el destino de los sueños.


Pero si tenemos que encontrar la mejor excusa para ver esta obra, está en el trabajo de Linus Sandgren, Austin Gorg y David Wasco, quienes literalmente ponen en escena está colorida, teatral, "artificiosa" y superlativa visión sobre la tierra de los sueños, el amor y el éxito. Este grupo, encabezado por el director de fotografía sueco Linus Sandgren, que posiblemente realice su mejor trabajo hasta la fecha, no sólo por el manejo cromático de la luz, las efectivas composiciones, detalles y homenaje a los grandes clásicos musicales, sino por lograr expresar a través de la fotografía las sensaciones y diferencias de los personajes, igualmente, por el riesgo asumido en algunas secuencias, algunas emulando a otras obras y en otros casos, llevando a la exageración el manejo cromático como parte de la idea musical o del mismo contexto de la obra. Por otra parte, el Diseño de Producción y arte de Austin Gorg y David Wasco, queda evidenciado en el manejo del color, principalmente los colores primarios y el verde, presentes tanto en el vestuario, luz, fondos y demás, todo muy bien pensado tanto en la dinámica de las coreografías, como en la narración y en la misma evolución de la pareja protagonista.

Y sí es una película musical, obviamente el trabajo de Justin Hurwitz debe destacar, como sucede en esta, su tercera colaboración con Chazelle. Hurwitz, compañero y amigo del director, logra compaginar los gustos y sensaciones, trasladando de forma efectiva y afectiva en la pantalla. Aunque no se podría decir, que uno de los actores - Gosling o Stone- lo haga mejor que el otro, frente a lo musical, parece funcionar mucho mejor el papel masculino, no sólo por el tipo de música, mucho más melancólico y acorde a las características del jazz sino por el mismo instrumento, un piano, que en cierto modo marca el camino del personaje, aún así, tanto en los puntos más dramáticos como en los humorísticos, las composiciones de Hurwitz, destacan, y en otros realmente llevan a ese punto de ensoñación, melancolía y romanticismo, que requiere el largometraje.

Otro punto fuerte del largometraje es la edición de Tom Cross, otro del grupo Chazelle, que ya había mostrado sus capacidades en Whiplash,  que aquí saca sus mejores cartas, no sólo en las secuencias musicales, sino en los detalles, compaginación, estructura y esos invisibles empates entre la "fantasía" y la realidad.


Pero como sucede en estas películas, quienes finalmente se llevan todo el peso dramático, narrativo y artístico, es la pareja protagonista; no sólo por la obvia configuración de la trama, sino porque en este caso, la química y ese aíre nostálgico del viejo Hollywood, queda muy bien representado por Stone y Goslling; además, hay que reconocerlo, las actuaciones de los dos, es bastante buena, y aunque no se salen de su zona de confort, sus papeles se acomodan bastante bien a otros personajes que han interpretado, en este caso, la evolución, choques y amor, está muy bien reflejada en sus interpretaciones. Cabe destacar el pequeño papel de J.K Simmons y de John Legend, que más que secundarios, hacen parte de un enorme listado personajes que aparecen en el largometraje.

Aunque los musicales no son mi fuerte - realmente aún le tengo un poco de desconfianza a todo lo que tenga baile y gente cantando porque sí-, después de haber visto Los Paraguas de Cherburgo, le empecé a dar una oportunidad a este tipo de obras, y afortunadamente con La La Land, uno se encuentra con un trabajo sólido, que refresca al género musical, con una narrativa muy bien estructurada, visualmente impecable, tal vez maquillada para los Oscar y demás festivales, pero eso no le quita su profunda nostalgia y humanidad en medio de su bella artificialidad. Uno de esos trabajos, que no sólo marcan la carrera de Chazelle, sino que aflora lo mejor de este género, y que hace del cine, ese pequeño espacio para soñar, aunque detrás de ésto, se escondan muchos ilusiones rotas. 


Zoom in: Ganadora de los siete Globos de Oro a los que estaba nominada, nominaciones en BAFTA, Critics Choice Award, premio del público y demás.

Montaje Paralelo: Los paraguas de Cherburgo (1964) - Cantando bajo la Lluvia (1952)


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